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Ausentes

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Siempre hemos vivido en casa de mi tío. Él, su hija y nieto viven en el primer piso, mis hermanos, mi madre y yo en el segundo, el tercero es la azotea. Es domingo, mi madre se levanta primero, toma la escoba y barre el corredor, va rozando todas las puertas que hay en él, abre cada una y entra en las habitaciones, pasa la escoba por el centro del cuarto y luego se dirige a cada rincón, sobretodo aquellos donde los armarios de madera y las patas de metal de las camas tocan el suelo, un ruido leve y pequeños golpeteos son el pronóstico de un día largo, no hay necesidad de cruzar palabras, todos lo sabemos -Hoy vamos a hacer oficio general-.

 

Es la mayor desgracia para un domingo caluroso y aburrido, pero peor es no hacer nada, que su mirada te penetre e invada de culpa. La regla es simple, tiendes tu cama y recoges lo que hay en el suelo, es lo único que harás con tus cosas, el resto del oficio se hará por pequeñas tareas sin importar que no sea tu espacio, todos hacemos oficio de todo y las fronteras invisibles desaparecen por un tiempo. No hay ninguna escapatoria, una especie de panóptico se apodera de toda la planta, si alguien se queda mucho tiempo en su cuarto (que ya no es su cuarto), todos sabemos que no está haciendo nada, si sales a la sala todos los muebles y adornos te estarán vigilando, saliendo del corredor encuentras el patio invadido de ollas, platos, baldes, el famoso “coso gris” y demás objetos que estaban en la cocina y el baño, subir a la azotea no es una opción, es igual que quedarte en un cuarto, todos y todo te está vigilando.

 

Las tareas son minuciosas, no se trata limpiar por encima, todas las cosas de cada habitación se habrán movido por lo menos una vez durante el día. Con el tiempo aprendes a desarrollar pequeñas técnicas para no enredarte en ninguna actividad, por ejemplo, para limpiar una repisa tienes que mover en orden cada uno de los objetos y disponerlos en el mismo orden y dirección en otro lugar, no basta con pasar el trapo húmedo sobre la superficie plana, también tienes que limpiar cada objeto hasta que quede brillante, una vez secos vuelves a colocar cada uno en el mismo lugar donde estaba, de lo contrario, la costumbre delatará que hiciste mal la tarea. 

 

Los muebles se acuestan a un costado mientras otra persona limpia la superficie de contacto quitando las motas que se acumulan ahí, una vez hecho, retiras el mueble de su lugar, barres y lo vuelves a colocar. En la sala hay dos ventanas de dos metros y medio de ancho por metro y veinte de alto, cada una con una ventanilla de treinta centímetros de ancho que se puede abrir y cerrar, por dentro se limpian con un trapo húmedo y con un pincel retiras todo el polvillo que se acumula entre el vidrio y la estructura metálica, para limpiarlas por fuera se envuelve la cabeza de una escoba con el trapo favorito del mes, abres la ventanilla, sacas medio cuerpo apoyando una mano sobre la estructura metálica y con la otra estiras la escoba por toda la superficie de la ventana, esto se hace mínimo dos veces y también se limpia la cornisa de las ventanas.

 

Quedan suficientes tareas para todos, al rato mi madre riega las cobijas empolvadas que estaban sobre las maderas que hay encima del televisor de su cuarto, se encarga de doblarlas de nuevo y ponerlas en su lugar, en ese momento, yo limpio la biblioteca, sin querer termino sacando un cuaderno mediano de tapa dura con una cubierta de un perro de peluchitos y me detengo a revisarlo sin que ella se de cuenta, paso una, cinco, diez páginas, a medida que avanzo mi rostro se va llenando cada vez de más intriga, dirijo la mirada a mi madre y vuelvo a revisar el cuaderno. Luego llega mi hermana mayor, ella observa de reojo el contenido del cuaderno, hasta que finalmente termina sentada a mi lado con el artefacto, mientras tanto, mi madre pasa a sacar las cobijas de tres tigres que hay en el canasto verde y continúa con su tarea, aún faltan hojas por mirar, son gruesas y el papel tiene una textura ondulada y están cubiertas de un plástico protector que se ha ido desprendiendo con el tiempo, a veces se quedan pegadas unas con otras y un pequeño chirrido suena al serpararlas, mi otra hermana ha llegado y nos ha visto, recorre su mirada por la biblioteca y se extiende para alcanzar una bolsa vieja de color amarillo y una impresión en tinta roja con la figura de Maneki Neko, la bolsa se cae y el ruido penetra en los oídos de mi madre -Dejen eso que todavía no acabamos, después miran eso- dice mi madre mientras recogemos las fotografías del suelo, pero es mentira, incluso ella sabe que el momento en que las fotografías y el álbum de familia son redescubiertos del polvo, es el el tiempo de hacer oficio agoniza y muere.

 

Quizá no lo recuerdo bien, pero tengo la sensación de que los oficios de domingo han sido la única razón por la cual hemos revisado nuestros álbumes de familia.

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